Los Gerentes del Estado
Hay buenas razones para respaldar el incremento salarial a los altos funcionarios públicos

En la discusión sobre el
reciente aumento de sueldos a ministros y otros altos funcionarios públicos,
hay algo que no podemos pasar por alto: si queremos a los mejores profesionales
dirigiendo las entidades públicas, el Estado debe pagarles un sueldo
competitivo con el del sector privado. Y eso no es lo que ha venido
sucediendo.
En un país donde el gerente
general de una empresa privada de primera línea gana cerca de US$20.000, se ha
vuelto cada vez más difícil reclutar talento para las posiciones de mayor
responsabilidad en el Estado. Y la dificultad es más grande si se tiene en
cuenta que en el Perú existe la triste costumbre de denunciar penalmente a los
funcionarios para presionarlos, lo que hace que el tránsito por el sector
público a menudo suponga el costo adicional de pasarse varios años pagando
abogados y defendiéndose injustamente en los tribunales.
Esto,
por lo demás, es algo en lo que otros países vecinos ya han reparado. Mientras
con el aumento nuestros ministros ganarán alrededor de US$10.600, en Chile
ganan US$14.341 en promedio y en Brasil US$11.222.
Por supuesto, no han faltado
las voces que han aprovechado la oportunidad para hacer demagogia con este
asunto. Alan García, por ejemplo, calificó la medida de “injusticia”,
pretendiendo que olvidemos que a raíz del corte de sueldos durante su gobierno
el Estado sufrió una gravísima fuga de talentos de la cual aún no se ha podido
recuperar. El fujimorismo, por su parte, ha anunciado que, con motivo de la
medida, solicitará la interpelación del primer ministro. Una reacción que
demuestra que esta agrupación, en el mejor de los casos, sufre una seria
amnesia. Y es que no entendemos por qué sí fue justo que se paguen buenos sueldos
a los altos funcionarios públicos cuando Fujimori estuvo en el poder, pero esto
mismo es incorrecto hoy que ya no lo está.
Ahora, quizá el argumento más
demagogo entre los que se han venido escuchando es el que señala que a quien
ocupa el cargo de ministro de Estado no le debe importar el salario, pues se
trataría de un servicio al país y no de un negocio.
Nadie niega que estos cargos
supongan realizar un importante servicio al país. Pero no hay ninguna razón
para olvidar que, además, esos puestos son los trabajos con los que los
funcionarios mantienen a sus familias y pagan sus cuentas. Sin un sueldo
importante un profesional destacado que quiera ser ministro probablemente tenga
que gastarse sus ahorros, cambiar a sus hijos de colegio o dejar de pagar su
hipoteca. Salvo, por supuesto, que sea rico o que se las ingenie para obtener
ingresos ‘extras’ aprovechando su posición.
Como dice el viejo dicho, quien
quiere celeste que le cueste. Si queremos talento, debemos estar dispuestos a
pagar por él.
No obstante lo señalado, hay
algunas críticas que se pueden hacer a la medida. Para empezar, hubiese sido
mejor que el aumento de sueldos fuese progresivo, pues se ha creado la excusa
para que grandes grupos de empleados públicos a los que se les ha prometido aumentos
por etapas (debido a que, financieramente, no es posible realizarlos de otra
forma) reclamen ahora por un trato diferenciado en favor de sus jefes.
Asimismo, hubiese sido incluso
mejor si los aumentos tuviesen un componente fijo y otro variable en función de
la productividad de cada sector. Por ejemplo, un bono que estuviese sujeto al
cumplimiento de las metas que tiene cada ministerio según el sistema de
presupuesto por resultados. De esta forma no solo se crearían incentivos para
hacer un buen trabajo, sino que, además, la ciudadanía habría sentido más
justificado el aumento.
Por último, esta medida debió
haberse dado paralelamente a un repotenciamiento del Gabinete. Y es que si bien
hay ministros que valen aun más de lo que ganarán con el aumento, hay otros que
francamente no lo merecen.
A pesar de los últimos puntos,
hay que felicitar al gobierno por haber tomado una medida que era necesaria,
más allá de que pueda terminar siendo impopular. El Perú necesita a los mejores
profesionales dirigiéndolo. Y nadie, salvo los populistas, les puede pedir que
asuman esa responsabilidad haciendo caridad.
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