lunes, 6 de enero de 2014


El cristianismo contra la violencia y la injusticia
Ricardo Verástegui López. Periodista

EL PAPA FRANCISCO, en su mensaje del 1 de enero por Año Nuevo, ha llamado a darnos cuenta de la violencia y de la injusticia presente en tantas partes del mundo que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles. Porque “es necesario un compromiso de todos para construir una sociedad más justa y solidaria”, ha recalcado. Esta alocución papal nos trae a la memoria lo que Friedrich Nietzsche demanda a los seres humanos en su libro Así habló Zaratustra: “Dejad la cabeza en el polvo de las cosas celestes, llevad alta la cabeza, una cabeza terrena, que es la que crea el sentido de la Tierra.” La invocación del romano pontífice, hecha a todas las personas del mundo, no solo a los cristianos, es una invocación a vivir una espiritualidad humana alimentada por una identificación con aquellos que son parte de nosotros, los marginados y oprimidos, quienes al ser ignorados nos muestran con meridiana claridad el grado de deshumanización en el que todos y todas hemos caído. Una espiritualidad que le dé sentido a nuestr
EL PAPA FRANCISCO, en su mensaje del 1 de enero por Año Nuevo, ha llamado a darnos cuenta de la violencia y de la injusticia presente en tantas partes del mundo que no nos pueden dejar indiferentes e inmóviles. 
Porque “es necesario un compromiso de todos para construir una sociedad más justa y solidaria”, ha recalcado.
Esta alocución papal nos trae a la memoria lo que Friedrich Nietzsche demanda a los seres humanos  en su libro Así habló Zaratustra: “Dejad la cabeza en el polvo de las cosas celestes, llevad alta la cabeza, una cabeza terrena, que es la que crea el sentido de la Tierra.”
La invocación del romano pontífice, hecha a todas las personas del mundo, no solo a los cristianos, es una invocación a vivir una espiritualidad humana alimentada por una identificación con aquellos que son parte de nosotros, los marginados y oprimidos, quienes al ser ignorados nos muestran con meridiana claridad el grado de deshumanización en el que todos y todas hemos caído.
Una espiritualidad que le dé sentido a nuestro vivir y quehacer en la Tierra que es nuestro hábitat. 
El reformador religioso Martín Lutero señalaba lo que debía ser la dinámica de esta espiritualidad, que debe estar centrada en un amor por el prójimo sin límites, que impida que este viva en una situación de pobreza y de necesidad.
Lutero apuntaba hace cerca de 500 años atrás: “Se nos dice que  el dinero debe ser dado de preferencia al pobre solamente en caso de extrema necesidad. Eso suena como si no debiéramos vestir al desnudo ni visitar al enfermo”. 
“¿Qué es extrema necesidad? ¿Por qué, me pregunto, la caridad natural tiene tal bondad que da espontáneamente y no discute la necesidad, sino que más bien trata de que no se produzca tal necesidad?”
En esta perspectiva evangélica, el Concilio Mundial de Iglesias afirmó, en mayo de 1980, en su documento Venga tu Reino, que “el Reino de Dios nos trae Shalom –paz con justicia– y que cualquier sistema socioeconómico que niegue a los ciudadanos de una sociedad sus necesidades básicas es injusto y opuesto al Reino de Dios.

“Las iglesias –enfatizó el manifiesto– deben ejercitar el don profético de valorar la efectividad de los varios sistemas socioeconómicos vigentes en el mundo y hablar en favor de modelos de un nuevo orden económico internacional a la luz de la evidencia del evangelio”. 

Para nosotros, como latinoamericanos, el desafío de ser portadores y hacedores de esta espiritualidad también tiene que tomar como base el ethos de nuestra cultura andina que, como bien indica el politólogo boliviano Julio Raúl Méndez, es ajeno al sistema liberal contractual, pues valora la justicia en razón del hombre al que afecta y valora la honestidad por el hombre que proyecta.

Porque “es necesario un compromiso de todos para construir una sociedad más justa y solidaria”, ha recalcado.

Esta alocución papal nos trae a la memoria lo que Friedrich Nietzsche demanda a los seres humanos  en su libro Así habló Zaratustra: “Dejad la cabeza en el polvo de las cosas celestes, llevad alta la cabeza, una cabeza terrena, que es la que crea el sentido de la Tierra.”

La invocación del romano pontífice, hecha a todas las personas del mundo, no solo a los cristianos, es una invocación a vivir una espiritualidad humana alimentada por una identificación con aquellos que son parte de nosotros, los marginados y oprimidos, quienes al ser ignorados nos muestran con meridiana claridad el grado de deshumanización en el que todos y todas hemos caído.

Una espiritualidad que le dé sentido a nuestro vivir y quehacer en la Tierra que es nuestro hábitat. 

El reformador religioso Martín Lutero señalaba lo que debía ser la dinámica de esta espiritualidad, que debe estar centrada en un amor por el prójimo sin límites, que impida que este viva en una situación de pobreza y de necesidad.

Lutero apuntaba hace cerca de 500 años atrás: “Se nos dice que  el dinero debe ser dado de preferencia al pobre solamente en caso de extrema necesidad. Eso suena como si no debiéramos vestir al desnudo ni visitar al enfermo”. 

“¿Qué es extrema necesidad? ¿Por qué, me pregunto, la caridad natural tiene tal bondad que da espontáneamente y no discute la necesidad, sino que más bien trata de que no se produzca tal necesidad?”

En esta perspectiva evangélica, el Concilio Mundial de Iglesias afirmó, en mayo de 1980, en su documento Venga tu Reino, que “el Reino de Dios nos trae Shalom –paz con justicia– y que cualquier sistema socioeconómico que niegue a los ciudadanos de una sociedad sus necesidades básicas es injusto y opuesto al Reino de Dios.

“Las iglesias –enfatizó el manifiesto– deben ejercitar el don profético de valorar la efectividad de los varios sistemas socioeconómicos vigentes en el mundo y hablar en favor de modelos de un nuevo orden económico internacional a la luz de la evidencia del evangelio”. 

Para nosotros, como latinoamericanos, el desafío de ser portadores y hacedores de esta espiritualidad también tiene que tomar como base el ethos de nuestra cultura andina que, como bien indica el politólogo boliviano Julio Raúl Méndez, es ajeno al sistema liberal contractual, pues valora la justicia en razón del hombre al que afecta y valora la honestidad por el hombre que proyecta.

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